lunes, 12 de julio de 2010

¿Somos ríos de agua viva?

[Sermón de la Rev. Ruth-Aimée Belonni-Rosario, Directora Asociada de Admisiones, del Seminario Teológico de Princeton.  El sermón fue predicado (en inglés) a la 219 Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana (EUA), reunida en Minneapolis, MN, el viernes 9 de julio de 2010 a las 8:30am.  Ruth-Aimée es hija de nuestra Iglesia Presbiteriana en Bayamón, PR, una muy querida amiga y colega del ministerio.  Compartimos aquí su mensaje edificante y pertinente para toda la Iglesia.]


¿Somos ríos de agua viva?
Lección bíblica: Juan 7.37-39


Al comienzo de la Asamblea General, el Comité de Organización Local de la Asamblea General (COLA, por sus siglas en inglés), al hacer su presentación sobre Minnesota, compartieron con nosotros que Minnesota significa agua que refleja el cielo. Es interesante el nombre que le dieron los aborígenes a esta parte del país. Ciertamente, el agua refleja muchas cosas. Podemos ver nuestro reflejo en el agua. Podemos percibir otras partes de la creación a través del agua.

Les invito a ver la iglesia como un reflejo del reino de Dios venido del cielo, y a considerar qué es lo que esa afirmación requiere de nosotros como individuos, como la Iglesia, como el cuerpo de Cristo.

A través de la historia vemos como pueblos, entidades y gobiernos han luchado por proveer agua a familias y naciones. El agua ha sido instrumental en la formación de naciones porque nos es necesaria para auto-preservación y supervivencia. Recientemente hemos escuchado como los recursos de agua serán causales de guerras futuras. Es tan valiosa el agua que pronto se convertirá en el nuevo petróleo. El agua es elemental para la supervivencia, para la vida. 75% de la masa del planeta es agua. El cuerpo humano promedio es 55% agua. El agua es, ciertamente, un elemento esencial para la vida y para el mundo.

La Academia Nacional de las Ciencias dice que el agua es una necesidad humana fundamental. Cada persona en el mundo necesita de 20 a 50 litros de agua limpia y segura para tomar, cocinar, y para simplemente estar limpia. Sin embargo, leemos que 5,000 niños mueren diariamente a raíz de enfermedades causadas por aguas contaminadas. Esto es un promedio de un niño o niña cada 20 segundos. A través de la historia, y aún en nuestro canon escritural, leemos de la importancia de agua limpia, que fluye, agua que se convierte en recurso e instrumento de vida.

El Pikes Peak, en las Rocallosas de Colorado, tiene hermosos cuerpos de agua. Esta cúspide está rodeada de pequeños lagos en los cuales viven diversos organismos. Un verano, mis hermanos y yo visitamos Colorado Springs. Recuerdo aquella hermosa escena del pico del monte lleno de nieve en el verano. Nuestro padre nos llevó a la montaña. Al acercarnos a la cúspide, uno de mis hermanos se impresionó con los lagos que había a tal altura. Mi padre nos explicó que el agua baja por la montaña al derretirse la nieve. Algo satisfecho con la respuesta (sólo algo), mi hermano pregunta, “¿cómo es posible que se formen distintos lagos cuando el agua viene toda el mismo lugar? ¿Por qué se estancó el agua? ¿Cómo va a ser que el agua no siguiera fluyendo?” Mis hermanos y yo ya nos molestaba el incesante interrogatorio y mi padre, algo molesto también, le contestó: “El agua dejó de fluir. Se estancó. Barreras de tierra se formaron por la erosión, así colectando agua en múltiples lagos, y cada uno de estos lagos tiene distintos grupos de organismos. No se juntan. No se mezclan. No se conectan. No molestan el uno al otro”. Gracias a Dios, mi hermano desistió del interrogatorio, pero encontré la respuesta de mi papá interesante, aún hasta hoy.

Creo que la Iglesia está pasando por un proceso similar. Varias congregaciones locales, presbiterios y sínodos se han acomodado de tal manera a ser el espacio de organismos y especies que van de acuerdo a sus gustos y conveniencias particulares que la relación con todo el ecosistema, la Iglesia, se ha erosionado, permitiendo la formación de barreras. Se forman barreras a través de líneas triviales de marcación teológica en vez de enfocarnos en la Palabra viva de Dios. Nuestra iglesia, la Iglesia Presbiteriana en los EE.UU.A., parece estar compuesta de pequeños lagos que acomodan a sus propios organismos y especies, encajonados en estilos de adoración, encajonados en dispositivos de interpretación teológica, en vez de permitir el libre fluir de agua que renueve y mejore el sabor de las aguas que forman estos lagos.

Juan, el evangelista, nos invita a ser ríos de agua viva, cuerpos de agua que están en constante fluir y movimiento. Ríos que nutran a otros cuerpos de agua que están en la montaña, todos alimentados por el mismo recurso, el cual es Dios a través del Espíritu Santo. El evangelio de Juan nos llama a permitirnos ser transformados por las aguas que bajan de la cúspide, agua que al llegar a otro cuerpo de agua, y se mezcla, se interconecta, hace que este nuevo cuerpo de agua rebose. Al rebosar, esta agua se encontrará con otro cuerpo de agua. Al continuar el proceso de fluidez, interconexión, y reboso nos debemos dar cuenta que las aguas renovadas y transformadas fluirán con mayor fuerza, con mayor energía, con una corriente más caudalosa. La Iglesia será capaz, no sólo de acomodar a diferentes organismos - diferentes dones que Dios manifiesta en la Iglesia - sino que será el recurso de agua viva del mundo, una iglesia llamada a aliviar su sed.

Como dijimos al principio, el agua es un recurso importantísimo para nuestro diario vivir y para la naturaleza. El agua limpia, purifica y nutre la vida. Si permitimos que el agua se contamine, si permitimos que nuestras corrientes de agua sean ríos de enemistad, divergencia, discriminación, sexismo, racismo, paternalismo, favoritismo y de luchas de poder, estos ríos, al llegar al mar del mundo, será tanta su contaminación, que irá en contra de su propósito natural. No será agua que nutra, alimente y dé vida a otros organismos y especies. No será útil para dar y proveer vida a las comunidades, al país y a un mundo que claman por agua viva. La Academia Nacional de las Ciencias publicó lo siguiente; el agua contaminada no es sólo agua sucia, sino agua mortal. Si permitimos que nuestra Iglesia se contamine con nuestras limitaciones, con nuestras discusiones inicuas, con nuestra visión corta de lo que la iglesia debe ser, en vez de permitirle a Dios hacer su labor en el poder del Espíritu Santo a través de la iglesia, lo que fluirá de nuestros corazones será agua contaminada, agua mortal, en vez de ser corrientes de agua viva. Al ser la iglesia, no podemos seguir dándole al mundo agua contaminada. Al ser iglesia, no podemos pretender ser alimento al mundo y a nuestras comunidades con agua contaminada. Recuerden, un niño muere cada 20 segundos por falta de acceso a agua limpia. Cada día perdemos miembros. Cada día hay personas que dejan la iglesia porque ya no le es relevante. La iglesia está llamada, la iglesia tiene la responsabilidad de ser agua limpia, viva, que le dé al mundo vida, que sea luz al mundo, relevante en el mundo, que sea un recurso esencial para la preservación de vida.

El evangelio de Juan hace la afirmación que de él y la que cree en [Jesús], como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los [y las] que creyesen en él; pues no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido glorificado. Podemos tener una discusión teológica sobre esta parte final del pasaje en consideración y sobre su contribución al pensamiento cristiano, pero permítanme hacer una aplicación eclesiológica. Nosotros ya hemos recibido y experimentado el don de la gracia. Jesús ya ha sido glorificado. Jesús murió y resucitó de entre los muertos, ascendió al cielo y regresará. Mis hermanas y hermanos, mis amigos y amigas, nosotros hemos visto la gloria de nuestro Dios. Somos testimonio vivo de nuestro Redentor y Salvador glorificado. El Espíritu Santo ha estado y continúa laborando. Ya es tiempo de ser río de agua viva. Somos parte del cuerpo de Cristo. Hemos sido dirigidos por el Espíritu a afirmar, a confesar, que Jesús, el Cristo, Dios encarnado, habitó entre nosotros, y murió y resucitó de entre los muertos. Corren ríos de agua viva de nuestros corazones. Estamos llamados a renovar nuestro pacto bautismal de nutrirnos los unos a los otros, y al mundo.

¿Será usted, seré yo, seremos nosotros ríos de agua viva? No podemos ser ríos de agua viva si lo que fluye de nuestro corazón es contaminación. ¿Cuántos de nosotros estaremos dispuestos a responder al llamado de ser ríos de agua viva sin agendas escondidas y sin requerir precondiciones? ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a continuar esta jornada - en nuestras comunidades, congregaciones, presbiterios y sínodos - con la disposición y el deseo, con la misión y la visión de ser realmente ríos relevantes y efectivos, corrientes que reflejen solidaridad, amor, perdón, paz, bondad y justicia?

En este servicio celebramos los ministerios raciales/étnicos. Celebramos diversidad. Como Iglesia nos es menester dejar de hablar en términos de “ellos vs. nosotros”. Tenemos que dejar de hablar de la Iglesia asiático-americana, de la iglesia coreana, de la iglesia de Oriente Medio, de la iglesia afroamericana, de la iglesia hispana, de la iglesia blanca. Nosotros somos la iglesia. Somos un cuerpo, el cuerpo de Cristo, compuesto por diversos trasfondos. Un cuerpo que anima y reconoce la diversidad, no por la diversidad misma, sino por el deseo de ser expresión íntegra de las maravillas de Dios en nuestras vidas, en la vida de la iglesia y en la esperanza del mundo. Verdaderamente no deberíamos necesitar un tiempo de 30 minutos para celebrar y animar. Deberíamos continuar con nuestro compromiso y testimonio fiel. Dios es el que anima la iglesia, a toda la iglesia, no a partes o ramas de la iglesia.

Si Jesús es el recurso de agua viva, entonces nos enfrentamos al reto y a la responsabilidad de ser aguas vivas en este tiempo y en este mundo. Si Jesús es el recurso, quiere decir entonces que nosotros tenemos el llamado, el reto y la responsabilidad de llevar y realizar el mensaje que Cristo vino a proclamar. No podemos permitirnos ser aguas estacadas. Es necesario dejar de ser aguas escénicas, que proveen confort, relajación, placer y un buen rato. Es necesario que seamos agua viva, agua que fluye, agua que corre, agua que constantemente alcanza, alimenta y reta. Aquellos que hacen el trabajo del pueblo de Dios.

¿Somos ríos de agua viva? Nuestro comportamiento, nuestra interacción, ¿refleja lo que tenemos adentro? ¿Seremos de los que hacen lo que predican? ¿Seremos de aquellos que, luego de votar a favor o en contra de una resolución, nos sentamos como hermanas y hermanos en Cristo, o seremos de aquellos que guardan rencores y amenazan con dejar esta comunión de los santos? ¿Qué es lo que tenemos en nuestro corazón? ¿Qué es lo que fluye de nuestro corazón creyente? ¿Estamos, como denominación, enviando un mensaje diáfano de ser ríos de agua viva? ¿Muestran nuestras acciones y políticas el mensaje de esperanza y unidad del Evangelio, o envía mensajes de derrotismo, división y favoritismo? ¿Hacemos nuestra labor de comisionados y delegados de representar el cuerpo amplio de la iglesia? ¿Testifican nuestros votos lo que hay en nuestro corazón? ¿Reflejó la camaradería de esta semana el que somos pueblo de fe, que de nuestros corazones fluyen ríos de agua viva, o que somos aguas empozadas?

Dejemos que el Espíritu Santo, Dios en nosotros, por nosotros y a través de nosotros, nos convenza de pecado, nos ilumine e invite a seguir, servir y proclamar la buena noticia, y nos ayude a ser reflejos del amor de Dios, la misericordia y gracia mostrada en la persona de Jesucristo, y la hermandad y unidad a la que nos invita a vivir el Espíritu Santo. Sea Dios nuestra ayuda y guía.

A Dios, y sólo a Dios, sea la gloria - Soli Deo gloria. Amén.

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