martes, 1 de enero de 2008

Un año que viene . . . y otro que se va

Así dice la línea de una de esas tradicionales canciones que tanto nos gustan en la Navidad: “un año que viene y otro que se va.” Mi bisabuela decía que “lo mejor que Dios hizo fue un día detrás de otro”. De la misma manera pudiésemos decir que lo mejor que Dios hizo fue un año detrás de otro...

En estos días se escuchan los saludos tradicionales de: “felicidades”, “próspero año nuevo”, “que el año viejo se lleve las penas y el año nuevo te traiga muchas cosas buenas”, y así por el estilo. Lo cierto es que los años no tienen la capacidad de traer ni llevar nada. Los años son simplemente una medida de tiempo, un recordatorio de que en la tierra existimos de manera limitada, finita. Como medida de tiempo, los años nos ayudan a identificar aquellos momentos en que hemos vivido experiencias de diferente naturaleza: tanto aquellas experiencias que recordamos con cariño, como aquellas experiencias que preferiríamos olvidar. En nosotros(as) está decidir cómo vamos a reaccionar y cómo vamos a actuar ante las dificultades y oportunidades que se nos presentan en el tiempo que sea. Roguemos, pues, al Señor que nos conceda sabiduría y madurez para decidir y obrar de la mejor manera posible.

Algo que también caracteriza el inicio de un nuevo año son las tradicionales resoluciones de año nuevo: “en este nuevo año voy a rebajar, en este nuevo año voy a cuidar más mi salud, en este nuevo año sí que me voy a consagrar al Señor, en este nuevo año voy a pintar la casa, en este nuevo año voy a dejar de hacer tal o cual cosa dañina, en este nuevo año voy a conseguir un empleo estable... en este nuevo año voy a ser un mejor padre/madre... en este nuevo año... en este nuevo año...” Detente un momento: ¿acaso no son esas mismas cosas las que dijiste que serían diferentes durante el año que ahora consideras “año viejo”? ¿Qué pasó? ¿Se te olvidó? ¿Por qué el mismo libreto año tras año? Decimos querer cambio, pero en la práctica nos resistimos al cambio. Si para cambiar se requiere voluntad y persistencia, entonces preferimos que las cosas en nuestra vida se queden iguales. Sobre ello la Escritura nos advierte: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos» (Romanos 12.2 RVR). La traducción en lenguaje actual lo dice de esta forma: «No vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar. Así podrán saber qué es lo que Dios quiere, es decir, todo lo que es bueno, agradable y perfecto.»

Atrévete a ser diferente. Atrévete a identificar la voluntad de Dios y seguirla. Atrévete a aprender y practicar el estilo de vida de Jesús, eso que él llamó “El reino de Dios”. Así descubrirás resultados y consecuencias que repercuten más allá de un año nuevo. Los efectos de vivir el reino de Dios desde ahora son para toda la vida y se proyectan en la eternidad. Las libritas extras y otras misceláneas son cosas que se irán atendiendo en el camino mientras los años vienen y van. §

No hay comentarios.: