18 de marzo de 2012
"Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos"(Salmo 122:1)
Como indicábamos ayer en el Retiro Espiritual, la adoración ocupa un lugar céntrico en la vida de la Iglesia. Es el pulmón de la evangelización, educación y servicio, ya que nutre y mantiene la vida congregacional. Hay una razón poderosa para congregarnos y adorar: Dios en Cristo no sólo es nuestro creador sino el salvador. Hay que alabarle por su amor y misericordia, por lo que ha hecho y seguirá haciendo, porque está con nosotros y a nuestro favor, "porque es grande y digno de suprema alabanza"(Salmo 96:4).
La Iglesia debe tomar muy en serio la adoración, ya que lo que ocurre en ella marca la fe y el compromiso de los cristianos. Y...no sólo eso, sino que la calidad de la adoración influirá en la forma en la que los visitantes perciban la Iglesia y en su decisión de quedarse en ella o buscar en otro lugar.
Una de las experiencias más bellas de la adoración es que muchas personas asisten regularmente al templo con la esperanza de que ese domingo les llevará a un sentido nuevo y más profundo de la realidad Dios en cualquier momento durante el culto. Puede que el "toque" de lo alto tenga lugar por medio de la música cantada o instrumental...en las oraciones...en la lectura bíblica...en el sermón...etc. Cada elemento de la adoración sirve para liberar el poder transformador y restaurar vidas. Particularmente en la proclamación de la Palabra, cuando Dios nos habla y demanda de cada uno de nosotros, por medio de la fe, apertura de mente y corazón.
Cada domingo, la mañana nos reclama para adorar a Dios en el Templo. "Venid, aclamemos al Señor; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con alegría; aclamémosle con cánticos"(Salmo 95:1-2). "Aclamad a Dios con alegría. Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son sus obras!".(Salmo 66: 1-3)
Rvdo. Salvador Gavaldá Costelló
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